Durante tantos milenios como llevan existiendo, los humanos no han comprendido en realidad qué es el amor. ¿Cuánto hay de físico y cuánto de mental en todo eso?¿Cuándo es accidente y cuándo destino?¿Por qué se destruyen parejas que son perfectas y funcionan otras que parecen imposibles? No conozco las respuestas mejor que ellos. El amor está simplemente donde está.


Anna loves you

Nunca había visto a nadie querer como Anna. Anna era de las que opinan que el querer no ocupa lugar. Y quería. Quería a todo el mundo. Y es por eso por lo que siempre acababa sufriendo. Aunque le gustaba creer que todo ocurría por alguna razón y que podía ser que algún día, simplemente, encontrara a esa persona que estaba hecha para ella. Y la encontró. No una vez. Ni dos. Sino tantas veces que al final ella misma perdió la cuenta. Y les quiso. Les quiso con locura sin importar lo que ellos le hicieran. Delante de la suma confianza y seguridad que daba el saber que Anna te querría siempre, fueran las cosas cómo fueran, ellos se sentían libres de traicionar esa confianza que ella les daba. La engañaron. No una vez. Ni dos. Sino tantas veces que al final ella misma perdió la cuenta. Se había llegado a encontrar alguno de esos... hombres, tirado en la cama con otra. Ella creía que debía haber una explicación. Algún hecho racional que le ayudara a comprender porqué aquella gente que la quería tanto -o que se dejaba querer tanto por ella- le hacía tanto daño. Le rompieron el corazón. No una vez. Ni dos. Sino tantas veces que al final ella misma perdió la cuenta.

Pobre Anna... Llegó un punto que de tanto sufrir, dejó de creer en el amor. Perdió la confianza que le daba ese brillo enamoradizo a sus ojos. Perdió la esencia de ser Anna.

Anna empezó a amar a quien la amaba. Era cómo la simple acción de devolver lo que le daban. Cuándo una persona cuidaba de Anna cuando ella estaba mal, porque la quería, y se lo demostraba, ella le daba un pequeño atisbo de su amor. Aunque para nada se parecía al amor que había sentido antes con cualquier ser vivo.

Anna se sentía sola. Se hacía la fuerte delante de los demás, pero en la tranquila y apacible oscuridad de la noche, se dejaban oír sus sollozos. Anna quería volver a querer. Y se forzaba a ello, causándose así más dolor.

No puedes obligarte a querer a alguien, del mismo modo que no puedes impedir quererlo cuándo empiezas a hacerlo. Es una sensación que ahoga. Apaga todo lo demás. La razón apenas funciona. Se te nubla la vista. Te tiemblan las piernas -o las manos, a algunos-. Te pones rojo. Sonríes, con cara de tonto, como un niño al que le están dando un caramelo.

Anna anhelaba tanto sentirlo otra vez... No quería quedarse sola. No quería quedarse sin nadie a quien amar. Sola. Las palabras se repetían como un eco ensordecedor en su cabeza. Sola, sola, sola. Sola. Sin nadie. Sola. Completamente sola. Tristemente sola.

Anna conoció a un chico, Jaime. Se enamoraron. O eso creía ella. O a eso se forzaba ella. Eran felices. O eso creía ella. O a eso se forzaba ella. Cuando las cosas se torcían, se sentía tan débil que dejaba de creer en todo y volvía a la oscuridad, que la arropaba, acunando sus sollozos.

El chico no era mal tipo. Dios sabe que quería a Anna. Pero no acababa de sentirse satisfecho. Él quería otro tipo de relación. Quería más. Aunque también ansiaba probar cosas nuevas.

Anna sabía que no tenían futuro. Sabía que no era definitivo. Anna conoció a otro chico, Max, que le ayudó a sobrellevar de nuevo este trauma. Anna quería a Jaime, o eso creía, o quería creer. Así que seguía luchando. Luchaba y luchaba. Y luchaba. Y cuándo ya no podía más, todavía alcanzaba un poco más su fuerza de voluntad para luchar de nuevo.

Jaime empezó a tener celos del otro chico. Corrían rumores de que Anna solía enamorarse de cualquiera que la quisiera, y Jaime sabía, por la forma en que Max miraba a Anna, que la quería con locura. Jaime estaba cómo loco. Empezó a pagar sus problemas con Anna y, por consiguiente, Anna necesitaba, cada vez más, la ayuda de Max. Max era un buen chico. Nunca había hecho nada malo con ella. Sólo la abrazaba. Le daba cariño. Buscaba lo que fuera que podía necesitar en ese momento. Aunque fuera un hombro en el que llorar, o una botella de vodka que vaciar. Anna estaba destrozada. Tenía a Max, pero seguía sintiéndose sola. Sola. Sola y sola. Triste por perder a quien quería querer. Lo quería para ella. Para siempre. Pero sabía que no era el momento. Sabía que no sería para siempre. Le parecía una hipocresía escribirle a veces, en un recorte de agenda: “Hoy nos vemos para cenar, te quiero para siempre.” Le dolía escribir esas cosas que sin embargo creía sentir suyas. Creía sentir que lo necesitaba. Para siempre. Pero cuando estaba con Max olvidaba que necesitara a nadie más. Con Max todo eran sonrisas y cariño. Nada de hipocresías. Anna sabía que sentía algo por él. Tenía miedo. Tenía el corazón dividido. Ya no sabía a quien quería y a quien quería querer. O si quería querer a Max por no querer a Jaime o si quería querer a Jaime para no querer a Max. O tal vez si quería a Max porque no quería a Jaime. O si quería querer a Max para no quedarse otra vez sin nadie a quien amar. Además, tenía miedo. No miedo, sentía terror cada vez que el pensamiento de dejar a Jaime se le pasaba por la cabeza. - No! - se decía – Le quiero para siempre!-. Pero quería a Max. O eso creía. Había notado que últimamente, cuando él la abrazaba cómo había hecho tantas veces antes, ella no se sentía igual. No. Se ponía nerviosa. Le latía el corazón mucho más rápido. ¿Más rápido que cuando lo hacía Jaime? Era diferente. No podía comparar un sentimiento con el otro. Porque uno estaba al principio... Y el otro puede que al final. Pero, aún y la obviedad de esta conclusión. Anna no veía nada claro. Anna quería a Jaime, para siempre. Pero quería a Max, por ahora. Deseaba sentirse protegida otra vez entre sus brazos, sentir su calidez... Deseaba con toda su alma besar esa sonrisa que la animaba día a día a seguir. Y lo hizo. Una vez. Se sintió tan mal que odió el intenso placer que le provocó el contacto de los labios, no muy largo, ni muy intenso, pero si muuuy... muy dulce. Max le dijo 'te quiero' una vez. Anna tenía miedo a esa palabra. Sabía que la gente la usaba con demasiada facilidad. Ella sí le quería. Y no podía quererlo. O no quería quererlo. O quería a dos personas. ¿Era eso posible?

Su confusión no hizo más que augmentar. Día a día sus preocupaciones se acrecentaban, cosa que hacía que ninguna de las dos relaciones fuera a mejor. ¿Cuál era el problema?

Yo, el narrador, supuestamente objetivo, os lo contaré. Anna no quería quedarse sola. Anna amaba a Max. Anna quería a Jaime. Pero Anna quería estar con Max. Y Anna estaba con Jaime. El problema, señores, está en que Anna no sabía si Max la quería o si querría estar con ella. Además, ni siquiera sabía si querría estar con él una vez acabado todo con Jaime... O si lo echaría tanto de menos que haría lo que fuera para volver a su lado -incluso hacer mucho, mucho daño a Max-.

Sólo había una conclusión posible a este cuento. A este cuento en el que no hay final feliz, en el que siempre hay uno que sufre. Max, dile que la quieres. Dile que quieres estar con ella. Demuéstraselo. Hazlo cómo sea, pero déjala así libre de escoger en igualdad de condiciones. Aunque esto no sea un juego, el ganador se lleva el mejor premio de todos, su felicidad. Y lo que es más importante; la de Anna.


A todas nos gustaría ser cómo éramos antes de enamorarnos. Parece que perdemos algo de nuestra identidad, que se la queda el otro. Y nunca acaba bién. "You stole my heart but I had it first". (No, no es autobiográfico, aunque me gustaría tener mi propio narrador, que me ayudara a afrontar lo que me pasa, que supiera en cada momento lo que cada cuál debe hacer para que todo salga bién, ese narrador que bién podrías ser tu.)
Como las putas cabras. ¿De qué cojones me sirve?

Estoy harta de todo esto, tanto cómo para que lo bueno importe poco, y lo malo, demasiado.

Algo no va bien, no va nada nada bien. Y yo simplemente, me aguanto, sigo igual. Penoso.

Mariposas en el pulmón

Cerca del corazón. Una sensación extraña. Se mueven y duele. Duele y no lloro. Y no lloro porque no quiero, aunque sé que debería.

Esas mariposas que antaño estubieron en otro lugar, han perdido su rumbo y ya no saben a donde ir. Cómo yo. ¿Dónde está mi lugar? Perdido hace demasiado tiempo, en el huracán de sentimientos que un día tube. Ese huracán que ahora, sin querer, hecho de menos.