Durante tantos milenios como llevan existiendo, los humanos no han comprendido en realidad qué es el amor. ¿Cuánto hay de físico y cuánto de mental en todo eso?¿Cuándo es accidente y cuándo destino?¿Por qué se destruyen parejas que son perfectas y funcionan otras que parecen imposibles? No conozco las respuestas mejor que ellos. El amor está simplemente donde está.


Un vestido azul, un cielo rojo.

Se levanta. Se toma una ducha de agua fría. Se despierta. Se toma una taza de café caliente. Se pone su vestido azul y sus zapatos de charol. Baja las escaleras corriendo. Se enfunda en su mejor sonrisa antes de que le dé el primer rayo de Sol. Baja a la calle andando tranquila, mirando todas las cosas a su alrededor. Todo está igual que ayer y, sin embargo, todo parece distinto. Más bonito, más de colores. Entra al anden y se encuentra con El violinista. Esta mañana sí le echa unas monedas y, de paso, le dedica una sonrisa. Sube al metro. Baja. Se dirige a otro a anden. Le sonríe a una niña pequeña con dos coletas y a su chupachup de cocacola. Sube a otro metro. La emoción le hace repicar con los dedos en la barandilla. Sale corriendo a la calle. Se pasa dos cruces en rojo y finalmente llega a la playa.

Allí está el Sol, saliendo poquito a poco, tinyendolo todo de rojo. Rojo pasión. Una lágrima salada se desliza por su mejilla y se une a los miles de millones que forman el agua del mar. Se aplana las arrugas del vestido, sonríe de nuevo, y se prepara para el largo día de trabajo que le espera.

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