Se levanta. Se toma una ducha de agua fría. Se despierta. Se toma una taza de café caliente. Se pone su vestido azul y sus zapatos de charol. Baja las escaleras corriendo. Se enfunda en su mejor sonrisa antes de que le dé el primer rayo de Sol. Baja a la calle andando tranquila, mirando todas las cosas a su alrededor. Todo está igual que ayer y, sin embargo, todo parece distinto. Más bonito, más de colores. Entra al anden y se encuentra con El violinista. Esta mañana sí le echa unas monedas y, de paso, le dedica una sonrisa. Sube al metro. Baja. Se dirige a otro a anden. Le sonríe a una niña pequeña con dos coletas y a su chupachup de cocacola. Sube a otro metro. La emoción le hace repicar con los dedos en la barandilla. Sale corriendo a la calle. Se pasa dos cruces en rojo y finalmente llega a la playa.
Allí está el Sol, saliendo poquito a poco, tinyendolo todo de rojo. Rojo pasión. Una lágrima salada se desliza por su mejilla y se une a los miles de millones que forman el agua del mar. Se aplana las arrugas del vestido, sonríe de nuevo, y se prepara para el largo día de trabajo que le espera.
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